Estos adjetivos refieren a aquello que se caracteriza por albergar o reflejar varias
culturas. Por lo general, la noción de pluricultural se aplica sobre
aquellos territorios en los que conviven diferentes tradiciones culturales, desarrolladas por varias etnias o grupos poblacionales.
Un ejemplo de
Estado pluricultural es
Bolivia (que, desde
2009, se denomina oficialmente como
Estado Plurinacional de Bolivia). En este
país sudamericano conviven unas cuarenta etnias aborígenes (como quechuas, guaraníes, aymaras y otras), mestizos, nativos descendientes de europeos, población de raza negra, inmigrantes asiáticos y muchas otras colectividades.
El pluriculturalismo puede considerarse, en sí mismo, como un valor. La convivencia entre múltiples culturas implica una pluralidad de conocimientos y tradiciones que enriquece a una nación. Sin embargo, si dicha convivencia no es pacífica ni se desarrolla en armonía, el concepto puede pasar a implicar algo negativo.
Para que lo pluricultural sea positivo, todas las culturas en cuestión deben ser respetadas, sin que unas se impongan sobre otras. De este modo, las diferentes tradiciones pueden coexistir y los integrantes de cada cultura pueden disfrutar de sus
derechos.
A menudo se oyen o leen frases que celebran la
diversidad, resaltando su potencial en la formación académica y en el desarrollo social de quienes la aceptan, pero poco nos enseñan a entender el verdadero significado de vivir en armonía con otras culturas, de aprender de ellas y de nosotros mismos sin buscar ansiosamente las fronteras. Desde el momento en el que nacemos, se nos asignan datos tales como la etnia, el apellido y la nacionalidad, que se graban a fuego en nuestra persona y hacen todo lo posible por condicionar nuestro futuro.
Una
sociedad pluricultural no debería ser una serie de subconjuntos relacionados meramente por cuestiones geográficas; de nada sirve aceptar que alguien se siente a nuestro lado sólo porque las leyes así nos lo impongan, sino que la apertura a la variedad debería nacer espontáneamente,
naturalmente. ¿Cuándo se ha visto a un perro discriminar a su familia humana por cuestiones religiosas, étnicas o sexuales? Nunca. ¿Cuántos ejemplos tenemos de personas que realmente se vean reflejadas en sus prójimos sin prestar atención a dichas cuestiones?
Si nunca nos enseñaran a trazar límites, no sería necesario explicarnos que no debemos odiar a aquellos que tienen un color de piel diferente, o que creen en un dios diferente, o en muchos o en ninguno. Dado que,
como especie, poblamos un planeta entero, es natural que hayamos desarrollado diferentes culturas y, por lo tanto, también debería serlo encontrarnos con personas de cualquier
origen y reconocerlas como pares.
Es importante resaltar que, en la actualidad, todos los países son pluriculturales debido al fenómeno de la
globalización. Varios factores hacen que las naciones se formen con los aportes de individuos de distintos orígenes. El desafío para los
Estados es sacar provecho de la pluriculturalidad y garantizar que las minorías no sean avasalladas.
En el ámbito académico y profesional, se conoce con el nombre de
competencia pluricutural a la capacidad de formar parte de encuentros interculturales, basada en la experiencia y el conocimiento de diversas culturas e
idiomas. Justamente, uno de sus principales componentes es la competencia plurilingüe.
Lejos de ser una serie de conocimientos aislados que se aprovechen por separado cuando se vuelve necesario, la competencia pluricultural representa la fusión de experiencias y lenguas en un todo que permita al individuo enriquecerse a partir de sus vivencias, adentrándose en las profundidades de cada cultura y aprendiendo más acerca de la suya propia y de sí mismo.